martes, 8 de julio de 2008

Box 2. Srita K.J.

creo que la primera vez que vi desmayarse a mi prima johi, fue en la conmemoración del mes de fallecimiento de nuestro zeide, hace casi 7 años. hacia un frío de cagarse, era domingo a la mañana. muy temprano. tablada. mi familia se compone de mitad médicos y mitad abogados, casi no hay otras profesiones. ese día había como 4 médicos. y en mitad del rezo, mi prima cae cual bolsa de papas sobre la lápida de mi abuelo muerto, y nadie sabia que hacer, incluido su padre, mi tío, hijo del abuelo muerto. por suerte se recupero y a mi siempre me dio mucha risa recordar ese evento. johi es mi primer prima, nos llevamos 9 años, es decir yo soy 9 años mayor. y siempre me sentí muy muy cercana a ella. ella sufre desmayos, yo tenía ataques de pánico. ayer se volvió a desmayar, y escribió lo que transcribo más abajo. y me hizo emocionar muchisimo. Si esto fuera una película, empezaría de manera abrupta. Lunes 7 de Julio de 2008. 9am. Suena celular. Salto de la cama. M (Voz de Madre muy despierta, excitada): Hola Johi! Qué tal? Ahora entro a gimnasia, en dos horas nos vemos en el centro médico así te hacen las placas? Eh? Dale? J: eh…eh… mamá me siento medio mal, tengo que ir a hacer pis, estoy mareada. Hablamos en un rato. Blackout. La cámara se funde en negro. No se si todo fue un sueño: ¿el llamado de mamá?… ¿dormí toda la noche sentada en el inodoro, tirada contra la pared? Todo se confunde, parece una escena del animé japonés Páprika, que vi anteayer a la tarde, una historia donde manipulaban sueños y fantasías de manera no muy grata. No tengo fuerzas. Estoy muy confundida. Me siento toda transpirada. Abro los ojos lentamente. Calculo que del inodoro a mi cama hay unos cinco pasos (las ventajas de los monoambientes). No sé cómo pero saco fuerzas. Al rato con más coraje, llamo a mamá. J: me desmayé M: ay bueno, cómo? Cómo estás? J: …… Me tiro en la cama. No sé cuanto tiempo pasa. No sé qué pasa tampoco. Abre la puerta. No se espanta. Mi adolescencia de desmayos acostumbró a varios. La última vez que me había desmayado fue en Enero, cerca de la puerta trasera del avión de Aerosur que me llevó a Bolivia, en el aeropuerto de El Alto. Ahí me rescataron las azafatas, la médica del aeropuerto y el oxígeno entubado. M (acelerada): ahora te hago un vasito de leche con azúcar. Tomaste el té hoy? J: (tirada, no contesta, no puede). M: donde guardas el azúcar? J:…. M: queres unas galletitas? J:……. Dame dulce de leche, eso levanta rápido (esfuerzo enorme para decir esas palabras) M: donde guardas el dulce? Ay no lo veo. No contesto. La escucho pero no puedo. Desmayarme me permite masoquisticamente realizar mi fantasía de estar sin ser vista, de escuchar sin ser escuchada, de ver todo desde arriba, de casi salirme de mi cuerpo. No puedo hablar ni moverme y sin embargo guardo esa conciencia muda, tan cercana a lo que imagino un día será la muerte. Podría tal vez contestarle donde está el dulce, pero no tengo fuerzas. Mi madre opta por hacer una de las maniobras de recuperación, poner mi cabeza entre mis piernas, hacer presión y esperar que yo tire para el lado inverso. Algo hace mal, pero tampoco tengo fuerzas para explicarle. Opta por vestirme. Quiere tomarse un taxi y llevarme al centro médico a que me hagan esa placa para ver si, como el día anterior había dicho el médico, tengo sinusitis. M: que te queres poner? J: … M: donde guardas las medias? J:….. M: el corpiño? J:…. Sigo en silencio. Ausente. Pienso que si estuviera un poco mejor probablemente le gritaría quién quiere usar corpiño cuando tiene la presión en menos 3, que no me importa las medias, ni el color de la remerita ni nada. Pienso en cómo soy el resultado de esta mujer: insegura con lo que decide y por eso me pregunta todo aunque evidentemente soy incapaz de contestar …insegura, pero además democráticamente hippie, con esa visión de que tengo que tener la libertad de elegir, mismo pseudo muerta, hasta el color de mi pulóver. Y después evidentemente la disculpo, porque con todas las dificultades, logra vestirme, yo casi sin moverme, como si fuera nuevamente un bebé, buena para nada, necesitada de todo. Eso de poder dar todo por alguien, en las buenas y en las malas no es algo que sólo -ni necesariamente- las madres puedan dar. Sin embargo aquí, en este caso particular, me sentiría incapaz de hacer otra cosa más que agradecerle, por estar cuando me desmayo, cuando le grito irritada por sus comentarios, por hacerme comida que no como, por estar continuamente y siempre. Siempre. Siempre. Y llegar con esa cara de pajarito volador, ese gesto de "estaba acá abajo jugando a la rayuela con mis amigas y pasé", sin poner cara de preocupada, aunque la sentía cagada de miedo, esa superficialidad de fijarse en el color de mis medias para ocultar lo serio que sería lo otro, en lo cual no quería pensar, o no podía. Logro decirle al oído que así solas no podíamos ir a ningún lado. Ella a upa no iba a cargarme. Yo seguía sin poder moverme ni hablar. Pide una ambulancia. No recuerdo la cara del médico de la ambulancia ni de su chofer. Sólo que preguntaron si yo estaba a dieta y que parecía deshidratada. Logré pensar que en este país las jovencitas podíamos tener otros trastornos que no fueran alimenticios: de amor, de estrés, de familia, de tristeza… Pero no. A unos cuantos, lo de jovencita deshidratada les sonó a anorexia. Me pareció falta de imaginación de su parte, pero, por su puesto, tampoco pude decírselos. Me bajaron en silla de ruedas por ascensor y a pesar de mis ruegos "despacito, el movimiento me molesta", los desalmados bajaron escalón por escalón con la silla rebotando en la entrada de mi edificio. Si tan flaquita me veían no entiendo por qué carajo no podían levantarme a upa…. (¿?!!) Acostada en la ambulancia, con el aire fresco de la mañana del lunes de julio, abrí los ojos por primera vez y miré a mamá. Al rato le pedí que avisara a papá. Me miró a regañadientes. Hice un gesto que indicaba "sí, sí". M: Dijo que lo llames cuando salgas de la clínica. Mamá hablaba simpáticamente con el doctor de la ambulancia. Preguntaba dónde estábamos. "Está todo tan cerrado que no veo nada". "Avenida Corrientes", le contestaron. A mi me costaba pensar cómo sentía tan lejos a la gran arteria de mi ciudad, cómo de repente me había transformado en un ente que trasladaban en camilla, en una cosa sufriente no identificada. Me bajan y me molesta nuevamente el movimiento de la camilla. Le indican a mi mamá que vaya a llenar papeles. A mi no me indican obviamente nada porque yo seguía sin moverme o hablar o nada. No vi pasar los reflectores de la sala de urgencias mientras movían la camilla como en las series tipo E.R. Tampoco apareció Clooney ni nadie parecido. La ceremonia de traspaso del objeto enfermo tuvo su propia ceremonialididad: "27 años, cefalea, hipotensión". Lo siguiente vuelve a ser confuso y cortado: la médica que pregunta cosas, yo apenas hablo, mi mamá habla con la médica como si yo no estuviera ahí, vienen desconocidos y le hacen cosas a mi cuerpo siguiendo rutinas que no comprendo. La sabiduría pareciera otra vez, concentrarse en el capítulo 22 de Rayuela, mi preferido. En algún momento escucho que mi mamá dice "llegó tu papá". Entra, con muy buen aspecto, y sin decir su profesión ni oficio, intercambia "palabras difíciles" y códigos indescifrables con la médica, evidenciando lunfardo común y horas de lectura sobre biología humana. Percibo que intercambian vocablos bastante cordiales con mi madre. Y no sé si alegrarme, porque es la primera vez en diez años que se hablan sin insultarse, o asustarme, interpretando que semejante amnistía evidenciaba mi pronto final. Llega el turno de ir a rayos para las radiografías y a la tomografía computada y un camillero (de traje y corbata, os lo juro!) me lleva pululando por la clínica. Me madre atrás, siempre. Tal vez me parece a mi pero siento que la gente me mira con cierta pena: yo y mi suero colgando, yo y mi cara de muerta, yo y mi silla de ruedas. A la vuelta, entrando a la guardia, veo en una pizarra escrito: "Box 2 Srita K.J." y otras cosas más que no llegué a leer porque mi chofer de silla de ruedas manejaba con su propio ritmo. Ni los estudios ni los médicos le encontraron nada malo a mi cuerpo flaco, cansado y quejoso y ahora me repongo en lo de mamá, no sea cosa que me vuelva a caer sola…